Cuando escribimos sobre la
flora autóctona es tan apasionante mencionar sus bondades y recordar que ellas
han existido en esta región llamada Mesoamérica desde antes que los humanos
existieran o sea antes mucho antes de que surgieran los humanos que se
consideran intelectuales que desvaloran por desconocimiento la riqueza de la
flora tropical como una red sustentable de la rica e incomparable biodiversidad
del planeta tierra y que gracias a Dios, nos ha tocado habitar, enormemente
ventajosa que las regiones polares y áreas matrices de los desiertos en los
cuales galopa la muerte como el Sahara y su área de influencia, el Arizona y
muchas otras regiones del planeta donde el agua y la vegetación es algo
existente solo en la imaginación y al igual es la escasez de alimento como
todas las bondades que la flora nos produce.
Considero que en lugar de
enfocarnos en armamentos y discursos políticos y religiosos abstractos llegando
al universo de la parálisis por análisis, es mejor enfocar nuestra energía y
recursos en fortalecer la propagación y aprovechamiento de la flora autóctona
como un regalo de Dios, para mejorar la calidad de vida de las actuales y
futuras generaciones, no seamos presumidos queriendo fabricar al topus urano,
olvidándonos de la riqueza de nuestro entorno y aprovechar eficientemente
nuestra rica biodiversidad para generar alimentos, maderas, paisajes, medicinas
y un ecosistema de vida y esperanza, porque es mejor un pueblo bien alimentado
que un pueblo sabio pero sin alimentos y sin un ambiente agradable. No
considero inteligente a profesionales de la medicina, con altos sueldos como
políticos señalando los altos costos de la medicina de marca, cuando deberían
aprovechar sus conocimientos para optimizar las bondades medicinales de nuestra
flora autóctona como el bálsamo, la quina, la chaya, el bario, el chichipense,
el guayabo, la guanaba, el ojushte, entre otra infinidad de especies nativos
con altos contenidos medicinales y alimenticios como la leucaena, la mora, el
chipilin, la sábila y ya no digamos de economistas e ingenieros convenciéndonos
del confort que genera la mercancía industrial y elementos constructivos
importados tendientes al mundo de la domótica que produce un placer directo
pero pasa una factura económica desesperante y contaminante en lugar de
promover las bondades del volador, el quebracho, el guachipilín, el cedro, el
conacaste, el madrecacao como elementos constructivos y renovable y ya no
digamos la belleza que generan floración
del maquilishuat, cortes blanco, Jacaranda, carao, árbol de fuego, llama del
bosque, san Andrés, caliandra, flor barbona, mulato, cortes negro, o en la producción de alimentos como el
cacao, el matasano, el nance, el arrayán, el achiote, el cerezo, el manzano
rosa, el ojushte, el guayabo, los mangos, el aguacate, el marañón, entre otras
riquezas de plantas latifoliadas que nos rodean, que sin lugar a dudas estamos
cayendo en el universo de la pobreza porque queremos, no sabemos vender las
riquezas que poseemos. Todos sabemos que para tener éxito tenemos que saber
vender tenemos que modificarlo o transformarlo justo al estadio que le sirva
directamente al consumidor y no entremos al discurso de los países sub
desarrollados al igual que un pobre no vende porque no se preparó o porque no
sabe que sus habilidades son requeridas por los demás, generando el ciclo
vicioso el que miserias piensa miserable termina o hasta que va aun país
desarrollado se da cuenta que es bien pagado por lo que puede hacer. Pero en el
caso de país no es que no tengamos que vender el problema es que no
aprovechamos lo que tenemos para elaborar muchos sucedáneos o derivados para
convertirnos en un referentes de satisfacer necesidades humanas como la
alimentación, medicina, madera, bioenergéticos, paisajes ecoturisticos o
simplemente fabricar con plantas ornamentales tropicales nuestro paraíso, tal y
como la aspiración de toda persona normal quiere ir a la gloria en lugar de ir
al infierno por el deseo de llegar a un paraíso existencial que nos venden las
religiones y porque no crear un entorno agradable, saludable y con abundancia
de vegetación que símbolo de vida y no de muerte como los desiertos o lo
artificial que nos engaña y aliena.